SAN JUAN PABLO II

El Viernes Santo de 1991, el Santo Padre Juan Pablo II propuso a toda la comunidad cristiana un nuevo Vía Crucis basado íntegramente en el Evangelio, comenzando las estaciones en Getsemaní. Desde entonces, ha supuesto una vía alternativa, un complemento al Víacrucis tradicional. Desde nuestra Hermandad, queremos recordar aquel nuevo camino de oración emprendido por San Juan Pablo II.

 

I ESTACIÓN: JESÚS ORANDO EN EL HUERTO DE LOS OLIVOS

Del evangelio de San Mateo (26, 36-39)I ESTACIÓN
Jesús fue con ellos a un huerto, llamado Getsemaní, y les dijo: «Sentaos aquí, mientras voy allá a orar». Y llevándose a Pedro y a los dos hijos de Zebedeo, empezó a entristecerse y a angustiarse. Entonces dijo: «Me muero de tristeza; quedaos aquí y velad conmigo». Y adelantándose un poco cayó rostro en tierra y oraba diciendo: «Padre mío, si es posible que pase y se aleje de mí ese cáliz. Pero no se haga lo que yo quiero, sino lo que tú quieres».

Getsemaní es el huerto de los olivos, el huerto de la angustia, el huerto de la soledad, el huerto del sueño de los discípulos. En Getsemaní Jesús experimenta lo difícil de la obediencia, la aceptación de la voluntad del Padre. En Getsemaní los discípulos duermen mientras Jesús ora. Los discípulos son incapaces de velar y acompañar la agonía de Jesús, su desgarramiento, su aceptación del cáliz amargo de la pasión.


 

II ESTACIÓN: JESÚS ES TRAICIONADO POR JUDAS Y ARRESTADO

Del evangelio de San Mateo (26, 47-50)II ESTACIÓN

Todavía estaba hablando, cuando apareció Judas, uno de los doce, acompañado de un tropel de gente, con espadas y palos, mandado por los sumos sacerdotes y los senadores del pueblo. El traidor les había dado esta contraseña: «Al que yo bese, ése es: detenedlo». Después se acercó a Jesús y le dijo:»¡Salve, Maestro!» Y lo besó. Pero Jesús le contestó: «Amigo, ¿a qué vienes?” Entonces se acercaron a Jesús y le echaron mano para detenerlo.

Es terrible sentirse traicionado, vendido por un amigo. Nunca se podrá justificar la primacía del dinero sobre el amor. Judas cenó con Cristo y en compañía de los apóstoles; no se le notaba lo que iba a hacer. Y salió a la noche negra de la traición. Judas dio un beso falso para entregar al Maestro, prostituyendo el signo noble del amor. Besó para traicionar.


III ESTACIÓN: JESÚS ES CONDENADO POR EL SANEDRÍNIII

Del evangelio de San Mateo (26, 59. 64-66)

Los sumos sacerdotes y el sanedrín en pleno buscaban un falso testimonio contra Jesús para condenarlo a muerte . Y el sumo sacerdote le dijo: «Te conjuro por Dios vivo a que nos digas si tú eres el Mesías, el Hijo de Dios». Jesús le respondió: «Tú lo has dicho. Más aún, yo os digo: Desde ahora veréis que el Hijo del hombre está sentado a la derecha del Todopoderoso y que viene sobre las nubes del cielo.» Entonces el sumo sacerdote rasgó sus vestiduras, diciendo: «Has blasfemado. ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia. ¿Qué decidís?» Y ellos contestaron: «Es reo de muerte.»

El Sanedrín, el Gran Consejo de ancianos, sacerdotes y escribas, reunido en convocatoria extraordinaria, en lugar desacostumbrado y a hora inhabitual, decide la muerte de Jesús. Un tribunal, signo de la justicia, actúa injustamente condenando al Justo. A la inocencia se la hace culpable. Querer condenar a muerte, falsear testimonios, quitar de en medio al que interpela desde la coherencia y limpieza de vida, ha sido y es actitud frecuente.


 

IV ESTACIÓN: JESÚS ES NEGADO POR PEDROIV

Del evangelio de San Mateo (26, 69-75)

Pedro estaba sentado fuera en el patio, y se le acercó una criada y le dijo: «También tú andabas con Jesús el Galileo.»Él lo negó delante de todos, diciendo: «No sé qué quieres decir.» Y al salir al portal lo vio otra y dijo a los que estaban allí: «Éste andaba con Jesús el Nazareno.»Otra vez negó él con juramento: «No conozco a ese hombre.» Poco después se acercaron los que estaban allí y dijeron a Pedro: «Seguro; tú también eres de ellos te delata tu acento.» Entonces él se puso a echar maldiciones y a jurar, diciendo: «No conozco a ese hombre.» Y enseguida cantó un gallo. Pedro se acordó de aquellas palabras de Jesús: «Antes de que cante el gallo, me negarás tres veces.» Y, saliendo afuera, lloró amargamente.

En la noche de la pasión, frente a un tribunal de mujeres y soldados, lleno de miedo y de sudor, Pedro negó públicamente su vinculación con el Nazareno. Pedro, tú que oíste el canto del gallo, tú que lloraste tu negación, ¿no oyes los gritos de los cobardes que niegan para no ser condenados? ¿no ves a los negadores de siempre, a quienes les tiembla el alma en el cuerpo? Pedro se acordó de aquello que le había dicho Jesús, se arrepintió y rompió a llorar amargamente.


V ESTACIÓN: JESÚS ES JUZGADO POR PILATOS

Del evangelio de San Mateo (27, 24-26)V

Al ver Pilato que todo era inútil y que, al contrario se estaba formando un tumulto, tomó agua y se lavó las manos en presencia de la multitud, diciendo: «Soy inocente de esta sangre. ¡Allá vosotros!» Y el pueblo entero contestó: «Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos!» Entonces les soltó a Barrabás; y a Jesús, después de azotarlo, lo entregó para que lo crucificaran.

Pilato quiso mantener el orden en medio de un pueblo levantisco, y quiso también salvar a un inocente. Las dos cosas se contraponían. Los gritos de la multitud le impresionaban. Y aunque se lavó las manos ante la gente, acabó siendo culpable del asesinato de un inocente .Pilato, curioso por saber qué es la verdad, no la descubre ante Cristo, que calla ante él. Pilato quiso dar gusto a la gente liberando a un homicida y condenando a quien había venido a dar la vida por todos.


 

VI ESTACIÓN: JESÚS ES FLAGELADO Y CORONADO DE ESPINAS

Del evangelio de San Mateo (27, 27-30)VI

Los soldados del gobernador se llevaron a Jesús al pretorio y reunieron alrededor de él a toda la compañía; lo desnudaron y le pusieron un manto de color púrpura y, trenzando una corona de espinas, se la ciñeron a la cabeza y le pusieron una caña en la mano derecha. Y, doblando ante él la rodilla, se burlaban de él diciendo: «¡Salve, rey de los judíos!» Luego le escupían, le quitaban la caña y le golpeaban con ella la cabeza.

Refinadísima tortura la que padeció Cristo: tortura y flagelación y de la burla sangrante. Los azotes terminan en coronación de espinas. ¡Qué infamia de las soldados! ¡Qué escarnio de falso acatamiento! La burla de las genuflexiones, los golpes en la cabeza y los salivazos en el rostro. Al dolor moral se une el físico.


 

VII ESTACIÓN: JESÚS CARGA CON LA CRUZ

Del evangelio de San Juan (19, 16-17)VII

Entonces se lo entregó para que fuera crucificado. Tomaron, pues, a Jesús, y él cargando con su cruz, salió hacia el lugar llamado Calvario, que en hebreo se llama Gólgota.

Sobre los hombros de Jesús colocaron, colocamos todos, la cruz. Su peso es duro,pero sobre todo lo es por su final. El Hijo de Dios camina con la cruz a cuestas para salvar a los hijos de los hombres. La cruz de Cristo es bien diferente de las cruces de adorno, poder y honor que nos colocamos los hombres. El árbol seco del patíbulo se convierte en árbol verde de vida.


 

VIII ESTACIÓN: JESÚS ES AYUDADO POR EL CIRINEO A LLEVAR LA CRUZ

Del evangelio de San Mateo (27, 32)VIII

Al salir, encontraron a un hombre de Cirene, llamado Simón, y lo forzaron a que llevara la cruz.

Nadie quería ayudar a Jesús , no hubo espontáneos. El Cireneo es obligado por los soldados a llevar la cruz de un condenado a muerte. Hay muchos «cireneos» forzosos, que se compran o alquilan, pero no lo hacen por compasión. Ser «cireneo» es no rehuir la cruz del hermano, es entender el Evangelio del sufrimiento, es ser solidario del hombre humillado.


 

IX ESTACIÓN: JESÚS ENCUENTRA A LAS MUJERES DE JERUSALÉN

Del evangelio de San Lucas (23, 27-28)IX

Lo seguía un gran gentío del pueblo, y de mujeres que se daban golpes y lanzaban lamentos por Él. Jesús se volvió hacia ellas y les dijo: «Hijas de Jerusalén, no lloréis por mí, llorad por vosotras y por vuestros hijos».

Lloraban las mujeres de Jerusalén y Jesús reprendió sus lágrimas con extrañas palabras de advertencia. No hay que llorar con lamentos estériles, que no alivian ningún dolor del mundo. Todos somos invitados a llorar con realismo sobre nosotros mismos, a no ser plañideros de los demás. El llanto del cristiano debe ser el arrepentimiento, la justa penitencia, la conversión.

«Dichosos los que lloran, porque serán consolados. Los que siembran entre lágrimas, cosecharán entre cantares».


 

X ESTACIÓN: JESÚS ES CRUCIFICADOX

Del evangelio de San Mateo (27, 33-38)

Cuando llegaron al lugar llamado Gólgota, que significa «lugar de la Calavera», le dieron de beber vino con hiel. Él lo probó, pero no quiso tomarlo. Después de crucificarlo, los soldados sortearon sus vestiduras y se las repartieron; 36 y sentándose allí, se quedaron para custodiarlo. Colocaron sobre su cabeza una inscripción con el motivo de su condena: «Este es Jesús, el rey de los judíos». Al mismo tiempo, fueron crucificados con él dos bandidos, uno a su derecha y el otro a su izquierda.

Ha llegado la hora de la crucifixión; Jesús es cosido a la cruz y es alzado en alto. Sus brazos extendidos entre el cielo y la tierra trazan el signo indeleble de la alianza. El árbol seco de la cruz se tiñe de la púrpura de la sangre divina. Siempre es difícil entender la locura de la cruz, necedad para el mundo y salvación para el cristiano. ¡Dulce árbol donde la vida empieza con un peso tan dulce en su corteza!


 

XI ESTACIÓN: JESÚS PROMETE SU REINO AL BUEN LADRÓN

Del evangelio de San Lucas (23, 39-40.43)XI

Uno de los malhechores crucificados lo insultaba. Pero el otro lo increpaba: «¿Ni siquiera temes tú a Dios?» Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino». Jesús le respondió: «Te lo aseguro: hoy estarás conmigo en el paraíso».

Cristo es crucificado entre malhechores, su última compañía son dos ladrones. ¡Aparente confusión del bien con el mal! El viento del Calvario cierne y zarandea las tres cruces. Las palabras sinceras ante la muerte siempre son solemnes, y sobre todo la última petición: «Acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino». El buen ladrón descubrió al crucificado desde su propia cruz. Y Jesús sigue salvando: «Hoy estarás conmigo en el paraíso».


 

XII ESTACIÓN: JESÚS CRUCIFICADO, LA MADRE Y EL DISCÍPULO

Del evangelio de San Juan (19, 26-27)XII

Jesús, al ver a su madre y cerca al discípulo que tanto quería, dijo a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dijo al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquella hora el discípulo la recibió en su casa.

En la cumbre del Gólgota, junto a la cruz de Jesús, se recortan las siluetas de la Madre y el discípulo. Los retablos de nuestras iglesias se coronan con estas mismas imágenes. Todo es cima en la cruz. Muda e inmóvil, junto al patíbulo, está la Madre Dolorosa, viendo morir al hijo abandonado. Y desde entonces se remedió la soledad de la Madre y la orfandad de todos: somos hijos regenerados, hijos bien nacidos en el dolor.


 

XIII ESTACIÓN: JESÚS MUERE EN LA CRUZ

Del evangelio de San Mateo (27, 45-46.48.50-52)XIII

Desde el mediodía hasta la media tarde vinieron tinieblas sobre toda aquella región. A media tarde Jesús gritó: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»Uno de ellos fue corriendo; en seguida cogió una esponja empapada en vinagre y, sujetándola en una caña, le dio de beber. Jesús dio otro grito fuerte y exhaló el espíritu. Entonces el velo del templo se rasgó en dos de arriba abajo; la tierra tembló, las rocas se rajaron, las tumbas se abrieron y muchos cuerpos de santos que habían muerto resucitaron.

Todo moribundo experimenta la sombra de la angustia, de la soledad, el abandono total. Pero ¿el Padre puede abandonar al Hijo? El grito de Jesús es un grito misterioso, de sufrimiento total, de esperanza contra toda esperanza. Los labios de Jesús confiesan otro misterio: la sed de su cuerpo es sed divina. Y Jesús muere ante los que le miran y ante los que se burlan de Él.

Reclinó la cabeza coronada de espinas. Y ante el pasmo de cielo y tierra, pende colgado y muerto el cuerpo del Hijo de Dios.


 

XIV ESTACIÓN: JESÚS ES DEPOSITADO EN EL SEPULCRO

Del evangelio de San Lucas (27, 57-60)XIV

Al anochecer llegó un hombre rico de Arimatea, llamado José, que era también discípulo de Jesús. Este acudió a Pilato a pedirle el cuerpo de Jesús. Y Pilato mandó que se lo entregaran. José, tomando el cuerpo de Jesús, lo envolvió en una sábana limpia, lo puso en el sepulcro nuevo que se había excavado en una roca, rodó una piedra grande a la entrada del sepulcro y se marchó.

Al final de la tragedia hay este remate de ternura y dramatismo: Jesús es sepultado para que su cadáver no quedara expuesto y entregado a la noche. Jesús es desclavado y descendido de la cruz. La sábana conoce el último contacto de la piel, ya sosegada, maltratada de Jesús.

El cuerpo de Cristo estrena sepulcro. Todo se hace silencio. El silencio de Dios. Y por entre las grietas de la piedra rodada sobre el sepulcro sale el aroma del cuerpo ungido de Cristo, el aroma de la inminente resurrección.